Continuando con las publicaciones de algunas de las ponencias de las tertulias celebradas el pasado año 2022 insertamos en esta ocasión la presentada el 3 de marzo de 2022 .
Las mujeres en el cine
Pilar Aguilar
Investigadora, profesora, escritora y crítica de cine y televisión
Importancia del relato audiovisual
Las películas, las series, los videojuegos no son “ficciones, cuentos” desligados de la vida. Todo lo contrario. De hecho, el relato es constitutivo esencial del ser humano. Y, hoy en día, la forma audiovisual del relato es la más potente. Los relatos no solo reflejan (y, a menudo, deforman) la realidad, sino que influyen de manera muy poderosa en ella. Crean, modelan, condicionan nuestra manera de percibir y de estar en el mundo.
Por eso es importante analizar sus contenidos. Pero, ojo -aunque aquí no podamos entrar en ello- el contenido, el mensaje de una ficción audiovisual no es (o solo lo es de manera muy limitada) lo que digan explícitamente los personajes, sino lo que se muestra y cómo se muestre.
Mujeres creadoras en el origen del cinematógrafo
Una vez apuntando esto, entremos específicamente en el tema. Alice Guy, una joven francesa de 23 años, fue la primera persona que expresamente decidió que el cinematógrafo no debía limitarse a su función documental, sino que debía contar todo tipo de historias, igual que lo hacían el teatro y la novela. Su primer film, La fée aux choux (El hada de las coles, disponible en la web) es muestra de ello.
En 1910, cuando vivía en EEUU, Guy creó su propia productora. También en eso fue pionera.
Y si bien, fue la primera, no fue la única. En años iniciales del cinematógrafo, encontramos directoras, guionistas, productoras; algunas de ellas muy potentes.
Pero, cuando el cine se convirtió en una mina de oro, el capital creó grandes y poderosos estudios que, además, al acaparar la distribución, ocasionaron el cierre de las pequeñas empresas de producción y, como consecuencia, la práctica desaparición de las mujeres.
Los personajes femeninos
Desde los orígenes, los personajes femeninos más habituales fueron figuras patriarcalmente estereotipadas (la joven ingenua, la pobre chica desvalida, la mala, etc.) aunque también siempre hubo propuestas rompedoras. Así, por ejemplo, la propia Alice Guy filmó La petite heroïne (Heroína) y Las consecuencias del feminismo.
A partir de los años 30, el fatídico Código Hays persiguió con redoblada saña cualquier anomia (hundió, por ejemplo, a Mae West). Las mujeres, si aspiraban a convertirse en “la chica de él” debían ser virtuosas hasta el empalago. A la más mínima trasgresión, el relato las castigaba duramente.
En los años 40 y 50, la ficción trata con sádica ambivalencia a los personajes femeninos. Las construye como iconos sexuales, pero, al tiempo, ese atractivo erótico, percibido como amenaza que debilita a los hombres, ha de ser castigado. En ciertos cosos, si se mostraban suficientemente arrepentidas, dóciles y, en el fondo, “buenas chicas”, se les perdonaba (Gilda, o Los pájaros, por ejemplo). Si no, se las condenaba definitiva y radicalmente (The Killers, El halcón maltés o Que el cielo la juzgue).
Pero, como ya hemos apuntado, siempre ha habido atrevimientos y rupturas de la norma; nunca el control es absoluto. Así, por ejemplo, tenemos films como Johnny Guitar o Los caballeros las prefieren rubias (basada en la novela de Anita Loos).
Sin protagonismo
Una constante desde los orígenes del cinematógrafo hasta hoy es que las mujeres solo protagonizan un ínfimo porcentaje de relatos.
Siguiendo esa suposición tan peliculera de que unos extraterrestres planean invadirnos, podemos suponer que, a fin de informarse de cómo somos, ven películas y series. Pero, al aterrizar, les pasmaría comprobar que la mitad de la humanidad está formada por mujeres. No hubieran podido sospecharlo. Ni tampoco que la mayoría de las mujeres no tienen entre 20 y 30 años ni responden al canon físico que los films muestran… Sí, muchas cosas le sorprenderían: que las mujeres cargan con actividades esenciales para la supervivencia humana; que sueñan con proyectos propios… Les sorprendería incluso enterarse de que todos los humanos tienen madres pues, en efecto, si bien la presencia de los padres es significativa y abundante, la de madres es escasísima.
Ciertamente, los extraterrestres no saldrían de su asombro (a no ser, claro está que sus mundos fueran tan masculinos como la ficción audiovisual los imagina: todos “hombres”, desde ET a Chewbacca, pasando por C-3PO y R2-D2…).
Una y no mas …..
También es curioso, comprobar cómo en algunos relatos en los que la protagonista es una mujer, resulta ser la única mujer. Así ocurre en Ágora o en Tomb Raider: las protagonistas no tienen amigas, ni cómplices, ni primas, ni hermanas, ni madre… Confirman una especie de normativa paternalista: “Sí, alguna hay que merece el protagonismo, pero son excepciones”.
Y peor aún: a veces, la perversión patriarcal hace del protagonismo femenino un pretexto para mostrar hasta qué punto las mujeres somos pérfidas y/o hasta qué punto, por mucho que parezca lo contrario, nos sigue gustando que nos pongan en nuestro sitio, nos violen y nos apalee… Así, por ejemplo, Lady Macbeth (William Oldroyd, 2017), Elle (Paul Verhoeven, 2016), 50 sombras de Grey (Sam Taylor-Wood, 2015)…
La belleza
La cuestión del protagonismo condiciona enormemente los mecanismos de proyección-identificación y conlleva muchísimas consecuencias, tantas que es imposible analizarlas ni siquiera someramente. Solo evocaremos una: la exigencia tiránica de que los personajes femeninos sean jóvenes y de gran belleza. Javier Gutierrez puede asegurar: “Mi gran baza es mi físico” porque, en efecto, su físico –o el de Antonio de la Torre o el de tantos otros- les sirve para encarnar personajes en los que cualquier varón puede proyectarse. Mientras que a los personajes femeninos tal “normalidad” les está prácticamente vetada. Una actriz, para triunfar, además de otras cualidades interpretativas, ha de responder a un canon de belleza y crea una enorme presión sobre las mujeres: ¿cómo voy yo a aspirar a tener ni siquiera un “papelito” si no soy atractiva?
¿Hay excepciones? Las hay, pero son eso, excepciones. Y señalemos de paso que esas excepciones, esos personajes de mujer interesantes, protagonistas, dignos de encarnar el relato socialmente compartido suelen encontrarse en los films dirigidos por mujeres, muy rara vez en los dirigidos por hombres.
La anulación simbólica
Con todo, lo peor de esta carencia de protagonismo es la anulación simbólica de las mujeres porque se nos condena a encarnar seres secundarios que existen para la mirada de otro, en función de otro: compañeras de otro, distracción de otro, trampa para otro. Nada por nosotras mismas. Seres sin historia propia.
Y no solo eso: a menudo, la ficción audiovisual oculta e incluso deforma nuestra realidad. Así, por ejemplo, con haber tantas ficciones violentas ¿cuántas veces vemos reflejada la violencia real que soportan las mujeres, esa que, sin embargo y desgraciadamente es tan cotidiana (en España se denuncian cuatro violaciones diarias…)? Más bien al contrario: a veces, el relato embellece nuestra opresión. Así, por ejemplo, la prostitución suele ser presentada como elegida, libre de traumas, rentable, etc. Ocurre en multitud de películas, desde Pretty woman a Belle et Jolie, Irina Palmer, Princesas…
Necesitamos otro tipo de ficciones
En un mundo donde la ficción audiovisual -en su sentido más amplio- tiene tan enorme poder y está tan presente, es sumamente importante que refleje nuestras vidas, nuestra historia, nuestras miradas.
Cierto que hay films que lo hacen, pero son escasos.
Así, por ejemplo, sorprende que tan poquísimos films traten sobre las luchas de las mujeres por conseguir el derecho al voto… Una batalla épica, que se dio en los más diversos países, durante años y años (solo en Reino Unido duró 60) y en la que se implicaron mujeres de muy diferente condición y clase social… Y quien dice derecho al voto, dice derecho a los estudios, igualdad legal, etc. etc.
Siempre han existido mujeres excepcionales cuya vida está por narrar. Y sabemos que la vida de las mujeres corrientes también puede dar origen a magníficas historias, pues lo que hace un buen film o una buena serie reside, ante todo, en la calidad y la profundidad con la que se construya la historia.
Para tener otro tipo de ficciones, necesitamos directoras
Ciertamente hay relatos filmados por directores que reflejan la vida, la historia, el punto de vista de las mujeres, por ejemplo, El círculo (Pahani), Guerreros de antaño (Lee Tamahori), Erin Brockovich (Steven Soderbergh). Pero estadísticamente queda probado que son las directoras quienes mayoritariamente hacen films y series con papeles femeninos no estereotipados ni misóginos. Así, por evocar algunos: Flores de otro mundo, Te doy mis ojos, El olivo, Maixabel (Icíar Bollaín); Evelyn (Isabel de Ocampo), Chicas nuevas 24 horas (Mabel Lozano), El palo (Eva Lesmes), Sac de Farine (Kadija Leclere), Tomboy (Céline Sciamma), XXY (Lucia Puenzo), Les Bureaux de Dieu (Claire Simon), Ángeles con garras de acero (Katja von Garnier), Sé quién eres (Patricia Ferreira), Las mujeres de verdad tienen curvas (Patricia Cardoso). O films que narran nuestra historia: Las inocentes (Anne Fontaine), Sufragistas (Sarah Gavron), Un amor de verano (Catherine Corsini)…
¿Cuál es el problema? Pues que una serie de perversos mecanismos (en los que no podemos entrar aquí) dificulta el acceso de las mujeres a la dirección, al guion, a la producción de relatos audiovisuales. Y en la medida en la que no se consiga, será imposible cambiar este injusto estado de cosas.
¿Hemos avanzado? Mucho, sin duda, pero la meta queda lejos aún.
Confiemos en el movimiento feminista en general y en CIMA en particular, para seguir abriendo caminos.
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